Me ha ayudado mucho en mi proceso personal algo que aquí quiero compartir aquí:
Comprender que la ansiedad no es algo negativo que viene a hacerme daño, a atacarme o a que lo pase mal. Observarla y entender que la ansiedad es una energía con un sentido, que está allí por una razón, cambia totalmente la experiencia. Detrás de esa ansiedad suele estar nuestra niña o niño interior, pidiendo atención, cuidado y amor.
Por eso me gusta verla como un niño o una niña que necesita ser sostenido. Cuando un niño tiene una gran pataleta, lo que hacemos es acompañarlo, abrazarlo, calmarlo y estar a su lado. Lo mismo podemos hacer con la ansiedad: en lugar de rechazarla, podemos sostenerla, aceptarla y, de alguna manera, amarla. Esto permite que la ansiedad, como ese niño, encuentre un descanso y un espacio donde empezar a calmarse.
A un nivel más profundo, si sostenemos y transitamos la ansiedad sin luchar, sin juzgar ni exigirnos, aunque pueda ser incómoda —por sus síntomas físicos, mentales, emocionales y energéticos como taquicardia, tensión muscular, sudoración, mareos, confusión, pensamientos acelerados, sensación de despersonalización, inquietud, irritabilidad o sensación de exigencia interna, se abre una puerta hacia lo que está estancado en nuestro interior. Es una oportunidad de liberarnos desde el amor y la consciencia. En ese sentido, la ansiedad puede convertirse en una herramienta sanadora.
Una de las formas de acompañarla es respirarla profundamente cuando sientas sus efectos, conectando con tu cuerpo y confiando en él. Delégale a él, él sabe lo que hace.
Otra forma es hablarte delicadamente internamente: “Esto pasará. Esto no es malo. Esto se irá. No lucho, no controlo, suelto lo que puedo. Está bien así”.
Con esta actitud, puede aparecer la relajación, el descanso y, poco a poco, incluso la paz.
Por supuesto, además de acompañar la ansiedad en el momento y ponerle un remedio inmediato, podemos usarla como una guía para ver y sanar lo que hay detrás, aquello que la causa. Al tratarla como a un niño que necesita nuestro cuidado, podemos acercarnos a esa parte de nosotros que quedó herida, bloqueada o abierta, y observarla con amor y compasión. Así, la ansiedad se convierte en un mensaje de nuestra propia esencia, mostrando qué necesita atención, qué necesita ser escuchado, sostenido, sanado.
Al sostener esa parte herida, no con juicio ni exigencia, sino con aceptación y cariño, abrimos un espacio para que la sanación ocurra de manera natural. Nos permite reconciliarnos con nosotros mismos, recuperar lo que quedó estancado y avanzar con más ligereza, claridad y amor hacia nuestra propia vida.
Cuando dejamos de controlar la ansiedad, y acompañamos con amor, llega un descanso, un respiro y una conexión profunda con nosotros mismos. Porque nos hemos aceptado, nos hemos dicho sí a nosotros, nos hemos amado. La ansiedad, entonces, deja de ser un enemigo y se convierte en un camino hacia la comprensión, la aceptación y la sanación interior.

